Había una vez una próspera ciudad comercial llamada Brujas, ubicada junto al estuario Zwin en lo que hoy en día conocemos como Bélgica. Brujas creció alrededor de un castillo construido hacia finales del siglo IX por el fundador del Ducado de Flandes. Un siglo más tarde, Brujas era la capital de Flandes y comenzó a enriquecerse y a hacer
negocios rentables a medida que el
comercio se expandía por el norte de Europa. Brujas era un centro de fabricación de telas, y los barcos navegaban por el río Zwin para comprar géneros, trayendo consigo queso, lana y minerales ingleses, vino español, pieles rusas, cerdo danés, y seda y especias del Este, comercializados a través de las poderosas ciudades italianas de Venecia y Génova.
La reina de Francia visitó Brujas en 1301 y se dice que su comentario fue: «Pensé que sólo yo era reina, pero veo que tengo seiscientas rivales aquí».
La
riqueza de Brujas continuó creciendo durante doscientos cincuenta años, a pesar de su conquista por los franceses y los duques de Borgoña. Sin reparar en quién estaba al mando, Brujas continuó prosperando: ademas de un apequeña industria de
trabajos manuales desde casa, era el centro de gravedad de la Liga Hanseática de las ciuda des comerciales, su panorama artístico florecía, desarrollaba nuevas industrias como el corte defamantes de la India y su población dobla b

a la de Londres. Se comercializaban bienes de buena calidad de todo el mundo en la taberna que era propiedad de la familia de comerciantes Van der Beurs (algunos les harán creer que ésta es la razón por la cual hoy en día las bolsas de valores se denominan «bourses» en francés).
Altos mástiles y amplias velas adornaban el estuario del río Zwin.
Pero, en el siglo XV, comenzó a suceder algo extraño. El río Zwin comenzó a obstruirse con sedimentos. Las grandes embarcaciones ya 110 podían llegar a los diques de Brujas. La Liga Hanseática se trasla dó hacia el norte, a Amberes. Brujas, rápida y literalmente, se convirtió en el «remanso».
La zona estaba tan muerta que se la denominó «Bruges-La-Morte». Hoy en día es una pintoresca pieza de museo. Perfectamente conservada, en ella se oye el enérgico murmullo que pro viene de los entusiastas turistas que ansian visitar una «burbuja» del tiempo: una ciudad comercial hermosa y floreciente del siglo XV cuya
riqueza y
desarrollo se secaron junto con el río. Mientras tanto, Amberes, aún conectada con el mundo a través del río Escalda, ocupó el puesto de Brujas como la mayor potencia económica de Europa occidental.
La
riqueza de aquel momento es claramente visible hoy en día: la imponente catedral de Amberes domina el horizpnte y, para quienes la vis

itan por primera vez, aún más llamativa es la (plaza Markt (Grote Markt), que se alza cinco, seis, siete pisos sobre los adoquines y parece todavía más alta debido a la alargada arquitectura formada por agujas y ventanas estrechas como lápices. A pesar de que la aparición de los transportes aéreo, ferroviario y terrestre han reducido sus ventajas geográficas, Amberes sigue siendo un centro neurálgico y económico. Aún es la capital mundial de los diamantes y el enorme puerto sobre el Escalda funciona las veinticuatro horas del día.
Las opuestas historias de Brujas y Amberes indican un mensaje simple: si quieres ser rico, es una buena idea establecer estrechos vínculos con el resto del mundo. Si prefieres que nada cambie, entonces lo mejor es «tener un puerto que se encenague». Si quieres ser rico y que nada cambie, entonces te llevarás una decepción.